martes, 10 de septiembre de 2013

Los inconvenientes de la agricultura industrial

1. Introducción
Llamamos agricultura industrial, en contraposición a la agricultura ecológica, a la agricultura intensiva y química que empezó en Occidente en los años cuarenta y que requiere altas inversiones para obtener grandes rendimientos rápidos.
Al acabar la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de alimentar a una población exhausta y con graves carencias nutricionales llevaron a los gobiernos de distintos países a emprender una política de ayuda a la actividad agraria, para paliar rápidamente la insuficiencia alimentaria de la posguerra. En Europa, los sistemas tradicionales de producción basados en el empleo de mano de obra barata decaen en favor de un aumento de capital, lo cual permite en primer lugar la mecanización sustitutiva de la mano de obra y la aplicación masiva de abonos químicos, para aumentar la producción.

El aumento del tamaño de las explotaciones agrícolas, la disminución de la población agraria y el incremento de los rendimientos de las cosechas constituyen quizá los tres rasgos más característicos de la evolución agrícola europea de aquellos años. Pero los costes que se han pagado han sido muy altos y las consecuencias negativas todavía no han sido totalmente asumidas por los gobiernos y por la población en general.
Durante la década de los cincuenta, este tipo de agricultura produjo en Occidente grandes cosechas, por lo que fue rápidamente importado al Tercer Mundo, donde empezaron a verse sus aparentes ventajas en los años sesenta. En efecto, países como la India duplicaron su cosecha de trigo entre 1965 y 1971. Sin embargo, ese fue sólo uno de los aspectos visibles inmediatos. Paradójicamente, no sólo no se acabó el hambre en ese país ni en el mundo en general, sino que ha provocado, en el nivel exclusivamente socioeconómico, una mayor distancia entre países ricos y países pobres, además de graves problemas ecológicos y de salud.
2. Agricultura y sociedad
2.1. En los países en vías de desarrollo
A raíz de la llamada "revolución verde", campaña lanzada por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) en los años 60 para incrementar la producción alimentaria de los países del Tercer Mundo, se produjeron cambios drásticos en sus sistemas agrarios tradicionales. Se alentó a los campesinos a renunciar a las variedades que cultivaban tradicionalmente y a sustituirlas por variedades de cereales de gran rendimiento.

Este tipo de cultivos exigen grandes cantidades de abonos artificiales y, así, por ejemplo, en la India se ha logrado aumentar la producción de trigo en un 50% y la de arroz en un 25%, pero a costa de multiplicar por 20 el empleo de abonos químicos. Por otra parte, como esas variedades de trigo se siembran en régimen de monocultivo, son particularmente vulnerables a los parásitos y a las enfermedades, por ello también exigen multiplicar el recurso a los pesticidas.
Con sólo el 20% de la población mundial, el mundo desarrollado consume el 80% de los recursos mundiales, incluidos los alimentos. A partir de los años 80, en gran parte de los países de América Latina y África, se deterioró la dieta y aumentó el índice de mortalidad y, en 1990, 47 países eran más pobres que diez años antes, debido al constante deterioro del medio ambiente (con la consecuente pérdida de recursos), la explosión demográfica, la caída de los precios en el mercado internacional y el aumento de la deuda externa. Todo ello, unido a las desigualdades internas y a los procesos de concentración de la propiedad de la tierra. A título de ejemplo, en América Latina, aproximadamente el 88% de las tierras se halla en manos del 6% de la población.
  • Un intercambio desigual

    Muchos países en vías de desarrollo y que son fundamentalmente agrícolas deben destinar entre el 40 y el 50% de sus exportaciones al pago de la deuda externa, y estas exportaciones son en gran parte el producto de las cosechas. Así se completa el círculo vicioso que hace que las políticas impuestas por Banco Mundial y el Fondo de Desarrollo Internacional tengan más eficacia en la recuperación de la deuda externa que en el desarrollo real de los países a los que se presta dinero. Éstos deben plantar en régimen de grandes monocultivos, plátanos, café, cacao, tabaco, caña de azúcar, etc., o desforestar brutalmente para extraer madera, y vender a precios impuestos por el Mercado internacional, que normalmente benefician a los países desarrollados. Sin embargo, está demostrado que la asociación de cultivos es altamente beneficiosa para aumentar la producción de alimentos, aunque tal vez no la de productos exportables. Por ejemplo, en México, el cultivo de maíz junto con frijoles y calabaza permite obtener una cosecha 70% mayor que cultivando maíz sólo, sin embargo el maíz se cotiza en los mercados internacionales, pero no así los frijoles o la calabaza.
Sin embargo, en muchos países en vías de desarrollo, las mejores tierras, que están concentradas en pocas manos, se dedican a monocultivos, mientras que la inmensa mayoría de la población rural no puede cubrir sus necesidades básicas alimentarias, ni siquiera en régimen de asalariados o explotando tierras marginales, que acaban siendo erosionadas; muchos campesinos sin tierra destruyen bosques por pura supervivencia, para convertirlos momentáneamente en tierras de labor, que se agotan rápidamente. Todo ello incide también en una fuerte emigración a zonas urbanas en donde se acentúan las condiciones de paro y extrema miseria en los suburbios que rodean las grandes urbes.
Por otro lado, a pesar, por ejemplo, de la disminución de la producción de cereales per cápita, desde 1984, el 40% se dedica a la alimentación del ganado que sustenta la dieta cárnica del mundo desarrollado. Europa importa más de 14 millones de toneladas de grano anuales de países del Tercer Mundo, incluido países tan pobres como Etiopía. Si estos cereales fueran consumidos directamente por los seres humanos, podrían alimentar a diez veces más personas que animales. En los países industrializados, los forrajes que engordan a los animales de matadero son muchas veces con forrajes importados en tierras que no sirven así directamente para alimentar a la población que vive en ellas.
Además el Tercer Mundo exporta más comida a los países industrializados de la que importa o la que recibe en concepto de ayudas alimentarias. Por añadidura, la comida exportada por el Tercer Mundo comporta un valor en proteínas más alto que el que importa.
La consecuencia de todo ello es que la agricultura industrial, basada en el principio de máxima producción y máximo beneficio a corto plazo, tenga como efecto la acumulación de alimentos en unas zonas del planeta y su escasez en otros. No faltan alimentos en el mundo, sino que están mal distribuidos y la aplicación irracional de la ley de la oferta y la demanda, hace que todos los años se destruyan "excedentes" para que no bajen determinados precios, o no se recojan cosechas, porque es más rentable recibir la subvención y desaprovecharlas que recolectarlas y distribuirlas allí donde se necesitan.
Todo esto no es sino un resumen simplificado de los inconvenientes a nivel humano, sociológico y económico, de la concepción de una agricultura industrial al servicio de la sobreexplotación de los recursos (sobre todo de la tierra, el agua y las energías no renovables como el petróleo) y de la obtención de máximos beneficios a corto plazo, y no de la satisfacción de la necesidad básica de comer, que, desde la creación de la agricultura y sus sucesivas transformaciones históricas, ha sido siempre su objetivo fundamental.
2.2. En los países desarrollados
Desde una perspectiva demográfica, uno de los fenómenos sociales más relevantes de las últimas décadas en los países desarrollados, y recientemente en los países en vías de desarrollo, ha sido la "huida del campo" o la progresiva despoblación de las áreas rurales y la superpoblación de las zonas urbanas. En gran parte, esta despoblación paulatina ha sido debido a la disminución del empleo agrícola, suscitado por la agricultura intensiva. La mecanización, los monocultivos y el abandono de los cultivos "no comerciales", ha provocado que se abandonen muchas tierras y se despueblen muchos municipios pequeños. Hoy día, una parte de la agricultura española vive de las subvenciones de la Unión Europea, que emplea un 50% de su presupuesto en ayudas al campo.
  • Cada vez menos agricultores

    Concretamente en España hay actualmente un millón menos de agricultores activos que en 1985. Entre 1985 y 1995 el empleo agrícola se ha reducido de un 16,1% a un 8,2%. En 1998, la población activa agrícola representaba el 8,48% del total, aproximadamente 1.100. 000 personas. La pequeña y la mediana explotación familiar, que genera más del 70% de la mano de obra de la agricultura, es la que más está sufriendo este proceso, junto con los jornaleros y temporeros. Así por ejemplo la superficie cultivada ha pasado de ser de 44 millones de hectáreas en 1982 a 33 millones en 2007.
Por otra parte, además del paro provocado en las zonas rurales y de la presión sobre el empleo urbano que supone la emigración a las ciudades, se empobrece la conservación del medio ambiente, que es unas de las tareas tradicionales de la agricultura. Se abandonan huertos familiares, se erosionan muchos suelos incultos a los que se arrancaron en su día los árboles, se pierden caminos, sendas y veredas, se obstruyen fuentes, canales y acequias, se desmoronan las viejas aldeas, se pierden variedades de frutas autóctonas o que se habían aclimatado y proliferan los incendios, allí donde no hay nadie para advertirlos y apagarlos. Todo ello constituye una invalorable pérdida de patrimonio colectivo, cuyas pérdidas en la economía global están todavía por contabilizar. (Véase agricultura y medio ambiente).
  • Cada vez menos dinero

    ¿Viven mejor los agricultores que se quedan al tener aparentemente menos competencia? Salvo excepciones, la respuesta es negativa: cada vez se endeudan más al tener que emplear maquinaria cada vez más sofisticada y un mayor número de pesticidas y fertilizantes para obtener los mismos resultados. Mientras, los principales beneficios van a la industria agroalimentaria que unifican el proceso de selección de semillas, producción de productos fitosanitarios y comercialización de los productos agrícolas. Así, por ejemplo, de cada 2 euros que gasta un consumidor en frutas u hortalizas, el agricultor puede recibir una media de 20 céntimos y probablemente deberá invertir alrededor del 65% de lo que recibe para pagar las semillas, el agua de riego, las instalaciones, la maquinaria cada vez más sofisticada, los herbicidas, pesticidas y abonos químicos, que tienen que aumentar progresivamente en la medida en que se empobrecen los suelo y aparecen nuevas enfermedades, o los mismos productos van perdiendo eficacia.
Al final, su rendimiento neto es de 14% de lo gastado. Esto le conduce a un círculo vicioso de tener que aumentar la producción, sobre explotando las tierras e invirtiendo cada vez más dinero en infraestructura (maquinaria, invernaderos, sistemas de riego...) y en fertilizantes y pesticidas.
Ya en los años 70, el poder adquisitivo del agricultor europeo había descendido una media de 30% respecto a épocas anteriores, pues los costes de los productos industriales y de los servicios suben en mayor proporción que los precios de los productos agrícolas y así, puede darse la paradoja de que, aunque el consumidor pague cada vez más por un kilo de avellanas, el agricultor reciba cada vez menos por ese mismo kilo.
Curiosamente, más de la mitad de la producción agrícola española se exporta, mientras que más de la mitad de los alimentos que consumimos proviene el exterior. Esto supone una enorme infraestructura de transporte y distribución, que acarrea un consecuente aumento de costes y una disminución de la calidad, sobre todo en hortalizas o alimentos perecederos.
La agricultura ecológica no sólo tiene en cuenta la producción de alimentos sin utilización de pesticidas ni abonos químicos, sino que procura un ahorro de costes económicos y tecnológicos, un acortamiento del ciclo de distribución de los alimentos, desde que se producen hasta que llega al consumidor y una mayor equidad en el porcentaje del precio final que el agricultor percibe por ellos.
Si los productos "biológicos" (cultivados bajo los principios y con las técnicas de la agricultura ecológica) resultan a veces algo más caros es, en muchas ocasiones, porque hay que pagar el trabajo inicial que supone reconvertir explotaciones agrícolas industriales en explotaciones ecológicas, y porque los circuitos de distribución alternativos todavía no están muy generalizados. En la medida en que los consumidores empiecen a apreciar y a exigir productos biológicos, éstos se producirán en mayor abundancia, originando así un descenso en los costes de producción y de distribución, que beneficiará respectivamente a agricultores y consumidores. Un huerto biológico puede producir 16 toneladas de alimentos por hectárea, mientras que una explotación convencional rara vez produce más de seis.
En 1989, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, que durante décadas ha promovido la "modernización" de los cultivos, asombró a la Comunidad internacional publicando un informe en el que reconocía que los métodos "orgánicos" de labor eran tan productivos como la agricultura de los pesticidas y de los abonos químicos. El informe concluía afirmando que la generalización de los métodos de cultivo orgánico o ecológico haría que los agricultores obtuvieran unos crecientes beneficios económicos y que todo ello redundaría en una mejora apreciable del medio ambiente.
2.3. Algunas propuestas socioeconómicas de la agricultura ecológica
    1. Volver a una agricultura productiva hecha por agricultores, y no productivista hecha por las industrias agroalimentarias.
    2. Fomentar políticas agrarias al servicio de toda la sociedad con una visión global no agresiva con el medio ambiente, que procure una justa retribución del trabajo agrícola y que fomente la calidad orgánica de los alimentos en aras de la salud.
    3. Promocionar la creación y potenciación de las redes de comercialización directa.
    4. Utilizar la tierra al servicio de la riqueza social.
    5. Promover la solidaridad como valor en el medio rural.
    6. Llevar a cabo intercambios justos en el comercio agrícola con los países en vía de desarrollo.
Actividad voluntaria
Para ampliar la información sobre la relación entre agricultura ecológica, el medio rural y la economía global, conectar con Plataforma rural, socio europeo de REPAS 
(Red Europea de Alianzas por una Agricultura Sostenible)
c/ Navas de Tolosa, 3, 4, - 28013 - Madrid
Tel. 908-475263, ext. 2. Fax: 91-5216668).
3. Agricultura y medio ambiente
La influencia de la agricultura en el medio ambiente ha dejado de ser un tema que preocupe sólo a los especialistas. Su extrema industrialización ha deteriorado la calidad de vida, tanto en el medio rural como urbano.
3.1. El impacto sobre el suelo
Tal vez el efecto más desolador de la agricultura industrial sea el papel que desempeña en la destrucción de la capa fértil del suelo, su mineralización, es decir, su pérdida de vida orgánica, y la consecuente erosión que se produce a lo largo de este proceso. El precio que pagamos por sobre explotar la tierra es la pérdida anual de 110.000 kilómetros cuadrados de tierra cultivable. En Estados Unidos, uno de los máximos exponentes de la agricultura industrial se ha perdido un tercio de su capa vegetal. Si el suelo muere, las plantas, animales y personas que vivan de él, ya no podrán hacerlo por más tiempo.
Las principales causas de esta pérdida de suelo son:
1. Su compactación por la utilización de maquinaria pesada.

2. El abandono de los abonos orgánicos y la utilización masiva de abonos químicos.

3. La quema de restos de cosecha.

4. El cultivo repetido año tras año y el abandono de las rotaciones y de los barbechos o periodos de descanso del suelo cultivable.

5. El uso de herbicidas y pesticidas que matan indiscriminadamente casi toda la fauna y la flora, en aras del cultivo principal, y contaminan los suelos durante años.

6. La salinización de las tierras producidas por excesos de riego y malas prácticas de laboreo. La mayoría de las tierras de regadío se utilizan año tras año, mientras que el suelo necesitaría descansar para que las sales acumuladas fueran "lavadas" por el agua de lluvia.

7. El sobrepastoreo que impide que se reponga la flora.

8. Progresiva urbanización (incluida no sólo la construcción de viviendas), sino también de infraestructuras como autopistas, carreteras, aeropuertos o embalses.

9. En general, la erosión producida por lluvias torrenciales, el sol y el viento, sobre tierras a las que se ha desprovisto de su capa vegetal.
Teniendo en cuenta todo esto, puede considerarse que el suelo es un recurso natural cada vez más limitado, frágil, de difícil y lenta recuperación.
  • Algunas propuestas para luchar contra la erosión
a) Contra la erosión eólica (la producida por el viento), se puede intentar reducir su velocidad mediante cortavientos (véase setos) y aumentar la resistencia del suelo con cobertura, evitando que el suelo quede desnudo. Por otra parte, pueden utilizarse las siguientes técnicas de laboreo:
Utilizar aperos que disgreguen poco el suelo para obtener una textura de grumos o de terrones.
Retrasar al máximo el laboreo, dejando mientras el suelo cubierto con rastrojos o restos de la cosecha anterior.
Labrar en sentido perpendicular a la dirección de los vientos dominantes.

Emplear técnicas de no laboreo, utilizando cubierta vegetal permanente.

b) Contra la erosión hídrica (la producida por el agua) se trata de disminuir su impacto y velocidad, y de aumentar la resistencia del suelo mediante abancalamientos, cubertura del suelo con vegetación, sistemas de drenaje y caballones que rompan la continuidad de los terrenos en pendiente. Además de las técnicas ya mencionadas de labrar obteniendo una textura grumosa y dejar el terreno cubierto, hay que labrar siguiendo las curvas de nivel.
3.2. Impacto sobre el agua
La agricultura consume un 80% del agua utilizada por los seres humanos. La fuerte presión ejercida por la agricultura industrial para convertir tierras de secano en tierras de regadío, aumentar el número y el peso de las cosechas y cultivar no aquellas especies adaptadas al terreno, sino las que son más económicamente rentables en los grandes mercados, hace que las capas freáticas se vayan agotando rápidamente y se salinicen muchos terrenos, porque no pueden digerir las sales acumuladas sobre él, una vez que el agua se ha evaporado.
Por otra parte, el empleo masivo de abonos químicos y de herbicidas contamina gravemente los acuíferos y las corrientes de agua, llegando a los océanos donde se ha detectado restos de dicha contaminación incluso en las focas del Antártico.
El empobrecimiento del suelo, por su parte, provoca la disminución de su capacidad natural de absorción y retención de agua, lo que, a su vez, contribuye a un nuevo empobrecimiento, con lo que se acelera la cadena de deterioro ambiental.
3.3. Impacto sobre las plantas y animales
Uno de los principales impactos de la agricultura industrial es la pérdida de biodiversidad. Se pierden semillas y variedades de cereales, hortalizas o frutas, porque se tiene en cuenta unos rendimientos a corto plazo y aquellas variedades que tienen una fácil salida en el mercado, por factores que no tienen que ver con su valor dietético, sino las facilidades de comercialización, su aspecto, las modas, en definitiva, el nivel de demanda de los consumidores que se haya influido por un sistema de distribución, publicidad y de precios impuesto por las grandes empresas agroalimentarias. Por otra parte, se eliminan masivamente comunidades enteras de animales y plantas con la obsesión de mantener sólo sobre el terreno el cultivo principal.
Desde 1970 unas cuantas corporaciones químicas han absorbido a más de 800 pequeñas empresas dedicadas a conservación y comercialización de semillas. Con este monopolio creciente tienen la posibilidad de imponer cultivos dependientes de los fertilizantes químicos y de los pesticidas, que también fabrican ellos. Antes de la "revolución verde", por ejemplo, se cultivaban en el mundo 2.000 variedades de arroz, mientras que actualmente sólo existen 25. Por otra parte, de las 80.000 plantas potencialmente comestibles sólo se cultivan unas 150 a gran escala y menos del 20% de éstas proporcionan el 90% de la alimentación mundial.
La lucha química contra determinadas enfermedades y plagas ha provocado una inadecuada utilización de herbicidas y pesticidas que, al desvitalizar a las plantas, les vuelven cada vez más indefensas ante enfermedades y parásitos cada vez más resistentes a productos cada vez más fuertes que hay que utilizar en mayores dosis y con mayores frecuencias. A principios de la década de los 90, había más de 60.000 sustancias químicas en el mercado y cada año se producen aproximadamente 300 más. El exceso por otra parte de abonos nitrogenados predispone a las plantas al ataque de insectos, dado que aumenta el contenido de aquéllas en azúcares en las partes tiernas, haciendo más apetecibles sus brotes.
Algo parecido sucede con la ganadería y los animales de cría. Sólo en la cuenca de Mediterráneo 118 variedades de ganado están en peligro. Se fomenta la cría de varias razas de gallinas ponedoras con un criterio productivista a corto plazo, pero cuyas condiciones de cría y alimentación las debilita.
En muchas granjas industriales se mantiene a los animales hacinados e inmovilizados, a veces con luz artificial para que produzcan más y se les alimenta con piensos compuestos, de origen animal en muchas ocasiones -por ejemplo con harinas de pescado- con lo que animales herbívoros como las vacas ven cambiada su dieta, sin que se conozcan las consecuencias a medio plazo sobre su resistencia a enfermedades o sus adaptación genética.
Respecto a la vida silvestre en general, pesticidas y herbicidas no sólo matan directamente a los parásitos contra los que se lucha, sino que disminuye la población de sus predadores naturales como muchas especies de aves insectívoras. La quema de rastrojos elimina las semillas de los animales granívoros. La canalización y envenenamiento progresivo del agua empobrece la vida piscícola, la ampliación de la red viaria necesaria para la intensificación de la agricultura aísla determinadas poblaciones silvestres y reduce el hábitat de otras que van retrocediendo a áreas menos accesibles, pero cada vez más limitadas.
A finales de los años 60 surgió en Europa el Grupo consultivo para la agricultura y la vida silvestres (Farming and Wildlife Advisory Group) con el objetivo de reunir a todos los interesados en el espacio rural, desde agricultores y propietarios de tierra, a la Administración y a los conservacionistas.
Por su parte, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) también promueve la agricultura ecológica en Europa, participando en programas de investigación y divulgación, y presionando a los distintos gobiernos para que adopten medias legales que favorezcan la utilización de los métodos de la agricultura ecológica.
En 1982, se creó en Malasia la Red de Acción contra los plaguicidas (Pesticides Action Network- PAN) integrada por organizaciones de consumidores, de desarrollo, sindicatos, ecologistas y otros grupos. Una de sus finalidades consiste en expandir los controles sobre la exportación e importación de plaguicidas y la de divulgar formas de agricultora ecológicamente sanas y socialmente justificables.
Contrariamente a la opinión generalizada sobre la falta de rentabilidad de la agricultura ecológica, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos ha llegado a reconocer, tras estudiar concienzudamente 14 granjas alternativas que no utilizaban productos químicos que este hecho reduce el impacto adverso de la agricultura en el medio ambiente y la salud, sin disminuir necesariamente  y en algunos casos aumentando el rendimiento de las cosechas y la productividad de los sistemas de cría de ganado.

Resumen
La agricultura intensiva o industrial, contrariamente al papel que tradicionalmente ha desempeñado la labor agrícola como actividad colaboradora con la naturaleza, influye negativamente en el medio ambiente y a gran escala por:
    • Contribuir al empobrecimiento y erosión del suelo.
    • Matar la vida en lugar de crearla, reduciendo la biodiversidad.
    • Agotar y envenenar las aguas superficiales y de las capas freáticas.
    • Colaborar en la creación de plagas cada vez más resistentes.
    • Debilitar las defensas de los animales de cría por sus condiciones de explotación.
    • Cortar los hábitats de la vida silvestre mediante la construcción de redes viales y grandes infraestructuras.
4. Agricultura y salud
Es una queja generalizada que muchos productos agrícolas cada vez son más insípidos y se conservan peor, aunque su tamaño y su aspecto hayan mejorado. Parecería que se ha ganado en apariencia para perder en calidad real. Éstas son las consecuencias más visibles de la aplicación masiva de productos químicos a frutas, hortalizas y el engorde artificial de animales con ellos. Pero sólo es la punta del iceberg. Por debajo, se hallan las consecuencias que para la salud está teniendo la producción de alimentos con los métodos de la agricultura industrial: muchos alimentos contienen residuos tóxicos y otros van perdiendo parte de sus cualidades nutritivas.
El empleo indiscriminado de plaguicidas está generando alteraciones ecológicas aún insuficientemente calibradas. Sus principales peligros son::
1. Su creciente difusión en los sistemas acuático, terrestre y atmosférico.
2. Su capacidad de acumulación a lo largo de las cadenas alimentarias.
3. La toxicidad propia de cada compuesto químico
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4.1. Contaminación, enfermedades y alimentos envenenados
Para empezar, durante algún tiempo se creyó que los pesticidas contaminaban el suelo momentáneamente y que después se descomponían o que quedaban inmovilizados en las partículas del mismo. Esto es puede ser así en un primer momento, pero, posteriormente pueden ser liberados por los microorganismos, como ocurre con uno de los compuestos del proponil, pesticida utilizado para la fumigación de arrozales. Lo mismo ocurre con el dibromuro de etileno, pesticida cancerígeno, prohibido sólo en algunos países, que puede permanecer en el suelo durante más de 20 años.
Las sustancias químicas empleadas por la agricultura industrial pueden afectar:
  • Directamente a los trabajadores agrícolas por contacto, ingestión o inhalación.
  • Indirectamente, por acumulación en la cadena alimentaria, bien sea consumiendo las plantas de los cultivos tratados o los animales que se han alimentado de esas plantas.
Ya en 1987, se alertó a la opinión pública con la publicación del Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos de que el 90% de los fungicidas utilizados en dicho país podían resultar cancerígenos, al igual que el 30% de los insecticidas y el 60% de los herbicidas.
Las "pruebas" que pasan antes de ser aprobados lo son sólo sobre animales y no dicen nada sobre la ingestión de cantidades mínimas durante un largo periodo de tiempo. Por tanto, no son concluyentes. Por otro lado, se investigan uno a uno y no los efectos de acumulación que pueden ejercer unos productos químicos sobre otros cuando se encuentran en el mismo alimento en forma de residuo de pesticidas, conservantes y colorantes, por ejemplo.
Todos los años se producen en el mundo entre 400.000 y dos millones de envenenamientos por contacto o ingestión, a causa de los pesticidas. La mayoría de ellos en el Tercer Mundo, a donde se exportan muchos de los pesticidas prohibidos en países desarrollados como del DDT o el Lindano. Sus residuos vuelven a llegar a los países industrializados en los alimentos importados. Otros pesticidas tienen otro tipo de efectos: el DBCP produjo en 1977 la esterilidad de los trabajadores de una planta productora de dicho producto en California, sin embargo continuó exportándose a Centroamérica. De los pesticidas permitidos en Gran Bretaña, 90 fueron se han asociado con alergias o irritaciones de la piel; y se han detectado 61 como susceptibles de producir mutaciones genéticas.
Los más afectados a corto plazo son grandes sectores de trabajadores agrícolas. Entre los que trabajan en invernaderos, una gran mayoría sufren después de tres meses afecciones cutáneas y pulmonares.
Investigaciones llevadas a cabo hace ya una década han mostrado que un 37,7% de las frutas y de las verduras de la agricultura convencional frente a sólo un 3,2% de las procedentes de la agricultura ecológica contenían residuos tóxicos. Y que entre las primeras, un 3,7% superaban las cantidades permitidas.
Pero tal vez, una de las sustancias nocivas que más abundan en las hortalizas no provienen de los plaguicidas, sino del abono químico (que contienen sales minerales fácilmente solubles), como los aminoácidos libres, que el estómago humano digiere con dificultad, ácido oxálico y solanina y, en especial, nitratos procedentes del abono nitrogenado.
El exceso de nitrato se transforma en nitrito a través de la saliva y de los jugos gástricos. El nitrito se combina con las aminas para formar la nitrosamina, que es una sustancia cancerígena. Los nitratos han sido asociados con el cáncer de estómago y con el síndrome de asfixia en los Estados Unidos. Por otra parte, los nitritos, en combinación con los residuos de los fungicidas como los ditiocarbamatos, pueden provocar también mutaciones cuyos efectos sobre la descendencia todavía no se han investigado a fondo.
En lo que respecta a los animales, hoy día se abusa de antibióticos y hormonas de crecimiento, muchas de ellas cancerígenas, en la cría y engorde de ganado. Para combatir, por ejemplo, la salmonela transmitida a través de los huevos y productos elaborados con huevos, los productores avícolas han recurrido al uso indiscriminado de antibióticos y muchos de éstos se han vuelto ineficaces.
  • Clases de compuestos y efecto
    • Compuestos arsenicales: Bloquea enzimas, producen irritación cutánea y dilatación del sistema cardiovascular.
    • Compuestos fluorados: Libera ácido fluorhídrico en el estómago.
    • Compuestos de dinitro: Incrementa el metabolismo basal, disminuye el glucógeno hepático y muscular y produce irritación dérmica.
    • Organoclorados: Se acumulan en el tejido adiposo, actuando en el corazón, hígado y cerebro.
    • Organofosforados: Producen fosforilación de las enzimas de la sangre y que la acetilcolina se acumule en las sinapsis del sistema nervioso.
    • Carbamatos: Inhiben la acetilcolinesterasa.
A título de ejemplo, se han encontrado organoclorados (heptacloro, HCT, DDT, endrín y dieldrín) en muchas muestras de queso y en algunas de carne de ovino y de porcino y en algunas leches condensadas.
A título de ejemplo, se han encontrado organoclorados (heptacloro, HCT, DDT, endrín y dieldrín) en muchas muestras de queso y en algunas de carne de ovino y de porcino y en algunas leches condensadas.
4.2. La pérdida de valor nutritivo
Hoy día muchas manzanas son muy gordas pero no saben a nada o, a veces a pesticidas. La mayoría de las cebollas han perdido parte de su magnesio y muchos filetes de ternera pierden parte de su volumen, y por tanto de sus proteínas, en cuanto se ponen en la sartén. Es como si se evaporase su exceso de agua. Son las consecuencias del "engorde" artificial o forzado.
La calidad de los productos alimentarios no sólo depende de su aspecto exterior (forma, tamaño, color...) sino también de su capacidad de almacenamiento y, sobre todo de su valor biológico en proteínas, grasas, hidratos de carbono, vitaminas y minerales y en la ausencia o en una mínima concentración de sustancias nocivas para la salud, como aminoácidos libres, nitratos o restos de plaguicidas. Es difícil encontrar hoy día productos biológicamente puros al cien por cien, ya que, incluso aquéllos cultivados con métodos ecológicos pueden tener restos de fumigaciones de cultivos vecinos o por la contaminación atmosférica o de la lluvia ácida, por ejemplo. Sin embargo, existen unos índices mínimos legislados por debajo de los cuales se supone que no existe un riesgo apreciable para la salud.
En investigaciones realizadas en 1970, quedó demostrado que las hortalizas abonadas con productos químicos, en comparación con las abonadas con materia orgánica contenían:
  • 23% menos de materia seca (menor valor nutritivo)
  • 18% menos de proteínas
  • 28% menos de vitamina C
  • 19% menos de azúcares
  • 23% menos de aminoácidos en proteínas
  • 18% menos de potasio
  • 10% menos de calcio
  • 13% menos de fósforo
  • 77% menos de hierro
El mayor contenido en materia seca de las plantas cultivadas de forma ecológica hace que pierdan menos peso y consistencia durante su conservación que las cultivadas con los métodos de la agricultura industrial. En la conservación de patatas, por ejemplo, la diferencia de pérdida oscila entre el 8 y el 18% más.
La pérdida de valor nutritivo, medida en disminución de calorías, vitaminas, hidratos de carbono y oligoelementos tiene también consecuencias indirectas en la salud, sobre todo en la disminución de las defensas del organismo, que tiene mayor propensión a sucumbir ante los virus y otros agentes patógenos, al quedar debilitado el sistema inmunitario. Cada día es más habitual que productos como la leche o las margarinas sean enriquecidos con vitaminas C o D, para compensar las deficiencias generalizadas de muchos alimentos. También es cada vez más frecuente que los consumidores recurran a complejos vitamínicos vendidos en las farmacias o a la ingestión de oligoelementos por vía de ampollas homeopáticas, para compensar el deterioro progresivo de los alimentos, que van ganando en presentación y comodidad de consumo y perdiendo en valores nutritivos.
Práctica de comprobación
Comparar alguna fruta u hortaliza de temporada: una cultivada con métodos convencionales y otra con métodos ecológicos. 
Poner atención en el olor, color, la textura y el sabor.

5. Alimentos transgénicos
Los alimentos transgénicos son los producidos a partir de un organismo modificado genéticamente utilizando laingeniería genética. Es por ejemplo, un alimento que se obtiene de un cultivo al que se le han incorporado genes de otro para producir unas características deseadas. Actualmente los cultivos más empleados y modificados son  la soja, el maíz y la cebada.

Básicamente la ingeniería genética es una ciencia que se dedica a la investigación de los componentes genéticos en el ADN de los seres vivos. En el caso de la agricultura su labor está en la extracción de secuencias o combinaciones con características concretas para poder incluirlas en el ADN de otros seres, eliminando o modificando estos genes. Esta tecnología no tiene nada que ver con la mejora que se introdujo en el año 1876 de cruzamiento inter genético, como avance en el descubrimiento de la reproducción sexual.

En el año 1983 se produce la primera planta trasgénica, en la que los científicos logan aislar un gen e introducirlo en el genoma de la bacteria E.Coli. Unos años más tarde la principal multinacional de semillas logra modificar la primera planta genéticamente, una planta de tabaco resistente a un fármaco. Le sigue a continuación la modificación de unos tomates que unos meses más tarde resulta presentar problemas de sabor y composición que le hace retirarlos del mercado, aunque su uso sigue siendo para la producción de tomate elaborado.

En el nuevo siglo los estudios han ido dirigidos principalmente al aumento de la productividad de los cultivos haciéndolos más resistentes a determinadas plagas y haciendo que la presencia física de los alimentos sea mucho más aceptable para el consumidor. Nuevos colores, tamaños, sabores, etc., son algunas de las características buscadas aunque no siempre vaya asociado a calidad en sabor.
Todos estos cambios no se sabe muy bien que problemas pueden causar y es por ello por lo que surgen muchos movimientos mundiales en contra de la plantación y comercialización de estos productos. En la mayoría de los casos exigen el etiquetado de estos productos por cuestiones de seguridad alimentaria. Existe una lucha entre los detractores y defensores de estos alimentos.
Por un lado las grandes empresas no paran de anunciar los grandes beneficios de la biotecnología, por que con ellos se consiguen mejores productos, mayores producciones y cultivos donde existe la ausencia del empleo de herbicidas y fertilizantes en su crecimiento. Llegan incluso a comentar que este tipo de alimento trasgénico es mucho más seguro y saludable que los alimentos naturales.
La FAO ha declarado con respecto a los alimentos trasgénicos lo siguiente;
“Hasta la fecha, los países en los que se han introducido cultivos transgénicos en los campos no han observado daños notables para la salud o el medio ambiente. Además, los granjeros usan menos pesticidas o pesticidas menos tóxicos, reduciendo así la contaminación de los suministros de agua y los daños sobre la salud de los trabajadores, permitiendo también la vuelta a los campos de los insectos benéficos. Algunas de las preocupaciones relacionadas con el flujo de genes y la resistencia de plagas se han abordado gracias a nuevas técnicas de ingeniería genética.
Sin embargo, que no se hayan observado efectos negativos no significa que no puedan suceder. Los científicos piden una prudente valoración caso a caso de cada producto o proceso antes de su difusión, para afrontar las preocupaciones legítimas de seguridad”.
En el mismo sentido se ha declarado la OMS, afirmando que no existe ningún alimento en la actualidad con riesgos para la salud.
Los detractores por su lado postulan que estos cambios genéticos provocan toxicidad y alergias. En el caso de las alergias debido a la aparición de reacciones alérgicas en algunos individuos susceptibles a ello. La toxicidad de estos alimentos se está investigando en diversos estudios donde el funcionamiento hepático es la clave del mismo, ya que es el órgano es el que realiza esta función.  Muchos de estos estudios han presentado conclusiones en las que evidencian toxicidades muy altas en ratas tratadas con alimentos trasgénicos.
Pero la mayor queja de los grupos en contra de estos alimentos es el pago de regalías del agricultor al mejorador de los cultivos. Además de las modificaciones moleculares que se producen en algunos cultivos, como el tomate, que impide la reutilización del propio cultivo para años sucesivos. En muchos casos se producen inhibidores en las semillas que evitan el empleo en nuevas cosechas.
En España hay una asociación que se ha dedicado a investigar que plantaciones cultiva alimentos trasgénicos y a aportar su localización. Esta Asociación es Amigos de la Tierra y aporta mucha información al respecto, gracias a una sentencia del Tribunal  Europeo de Justicia en la que obligaba a dar a conocer las parcelas donde se están produciendo investigaciones con estos cultivos.
Según esta información las comunidades autónomas que realizan experimentos con estos alimentos son; Zaragoza, Sevilla, Lérida, Málaga, Albacete, Navarra, Salamanca, Burgos, Valladolid, Toledo, León, Zamora, Ciudad Real, Córdoba, Huesca, Palencia, Badajoz y Castellón. Del total de las investigaciones con trasgénicos al aire libre en Europa un 42% se realizan en España. Nuestro país es líder en cultivo de Mon 810 con casi 80.000 hectáreas, es decir, el 75% de todo el maíz de este tipo que se produce en Europa, bien es cierto que por ejemplo en el caso del maíz trasgénico su ocupación en HA se ha reducido en más de 12.000 en los últimos años.

El MARN (Ministerio del Medio Ambiente, Medio Rural y Marino) reconoce que existen agricultores que han sido afectados por los trasgénicos. La mayoría de ellos han sufrido contaminación trasgénica en sus campos y en muchos casos la pérdida total de todas sus producciones por el polen de esas parcelas colindantes con cultivos trasgénicos. En algunos casos de habla de la influencia de grandes empresas en el Ministerio para la toma de decisiones.
El debate está abierto en la sociedad y parece evidente que hasta que se sufra un daño ecológico o un daño en la salud humana severo no se cambie el actual rumbo. Las presiones son muy grandes y los gobiernos no quieren enfrentarse a las grandes multinacionales.

 Lecturas complementarias voluntarias
  • Agricultura sustentable
  • Los niños y los agrotóxicos
  • Edward Goldsmith, Nicholas Hildyar, Peter Bunyard, Patrick McCully: La Tierra. Un planeta para la vida, Editorial Folio, Barcelona, 1992.
  • Andrew Rees: El libro verde de bolsillo, Talasa Ediciones S.L., Madrid, 1991.

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